
Educación virtual: no todo se reduce al zoom y a las clases en vivo
Por Serapio Cazana.
Hace tres décadas, sino más, que en el Perú empezó a generarse una brecha entre la educación y la tecnología.
Mientras las instituciones educativas producían proyectos de cientos y cientos de páginas para aprovisionarse de computadoras y reemplazar las viejas máquinas de escribir vino la revolución del software por parte de Microsoft. De manera que muchas computadoras quedaron obsoletas muy pronto, pues no podían soportar los nuevos programas de Microsoft.
El siguiente factor que aumentó la brecha aún más fue el recurso humano insuficiente para operar las permanentes nuevas versiones de los programas. Los profesionales del sector educación, administrativos y docentes, requerían capacitaciones adicionales y permanentes, para lo cual no había ni presupuesto ni tiempo. Cada quien debía cumplir con sus horarios laborales, que a su vez, tenían sus propios desafíos.
La siguiente ola fue la masificación de la Internet y todo lo que va de suyo: desde la web 2.0 hasta la creación de material educativo en línea. Con cada salto tecnológico la brecha se hizo más grande. Por una parte había una velocidad, referida a lo propiamente educativo, que implicaba infraestructura, políticas laborales, materiales educativos, adaptación curricular, entre otras cosas.
Por otro lado se disparaba la velocidad tecnológica: el nuevo lenguaje, omnipresente en todos los sectores de la sociedad, desde los videojuegos a la política, pasando por la economía, la industria, la gestión, el turismo, la historia, etc. Ante esa nueva realidad, el sector más crítico para articular el punto de encuentro o construir el puente entre la actual generación de estudiantes y la también actual sociedad tecnológica es el sector educativo.
Sobre ello ya existe conocimiento y preocupación, aunque no se sabe cómo abordarlo. Todos los numerosos ministros de educación de los últimos años han hablado de ello, pero no se puede identificar cuáles son los pasos necesarios. O quizá ya se ha identificado el plan necesario pero faltan recursos políticos, humanos, sociales, etc., y ello es más decisivo que el recurso económico.
La gestión más cercana a ese objetivo ha sido anunciar la compra de tablets y más computadoras; sin embargo, los equipos por sí mismos hacen poco, son sólo un elemento de un conjunto más amplio. Enumerar todos los componentes del problema requiere otro espacio, por lo que ahora señalamos el elemento principal. Nos referimos a lo que Jeannette M. Wing, investigadora de la Universidad de Columbia, denominó pensamiento computacional. Para la profesora Wing éste es “el proceso de pensamiento envuelto en formular un problema y sus soluciones de manera que las soluciones son representadas de una forma en que puedan ser llevadas a un agente de procesamiento de información”.
En consecuencia, el principal desafío en la educación es entender esta nueva lógica de adquirir, producir y transmitir información. Se trata de una nueva estructura del lenguaje, que ha devenido como una irrupción, semejante a ese gran cambio producido hace más de 2000 años cuando se pasó de la oralidad a la escritura.
Hace más de 2000 años ocurrió una disrupción de esas características. Se trató de la adquisición de un nuevo patrón asociativo de las ideas y los conceptos, como lo expuso Eric A. Havelock en su libro ya clásico La musa aprende a escribir.
Hasta el filósofo Platón reaccionó ante la lógica de la escritura. La cuestionó por su rigidez y congelamiento de las ideas en una superficie de papiro u otro material.
En varios puntos tenía razón, pues las oraciones escritas describían o representaban ciertos estados de cosas, ciertas relaciones de las mismas y de las ideas entre sí, y ello quedaba plasmado como una fotografía. Sin embargo, el mundo estaba en continuo flujo, nada es inmóvil, como ya lo había sostenido Heráclito con su famosa sentencia, panta rei, o todo fluye.
El escrito, por su carácter de congelamiento, no podía adquirir las nuevas formas de una realidad cambiante. Las cosas aprendidas de un texto sólo podían generar memoria de contextos ya inexistentes. En cambio, la oralidad podía adaptarse a los intereses de los estudiantes, podía responder a sus preguntas, tenía una mayor capacidad para las emociones y para generar el asombro.
Para salvar la escritura se tuvo que recurrir a una tesis del máximo enemigo de la escritura: el mundo de las ideas de Platón. Las ideas referían a lo que sobrevivía al cambio, a ciertas esencias o patrones de relaciones de las cosas que se producían independientemente de lo que cambia y perece.
La escritura, para ser útil en la educación de las almas jóvenes debía atrapar esas esencias o formas generales, universales, de tal forma que siempre representaran una realidad dinámica. Esa realidad era el mundo humano, como la ética; o la naturaleza, las ciencias en general. Al menos eso se evidenció en la escritura de Platón: ese artista del pensamiento, como lo han reconocido muchos autores.
Y además de artista del pensamiento Platón era el maestro de la ironía, por lo que Havelock afirma que al cuestionar a los poetas como educadores Platón en realidad está cuestionando la oralidad como medio de enseñanza, y más bien propone la escritura como el principal nuevo vehículo de la educación.
Por ello, con el tiempo la escritura se convirtió en el código preferente para las configuraciones del pensamiento racional. La imagen y la oralidad continuaron y continúan, y hasta han obtenido un espacio notable en la transmisión del conocimiento en la era digital, pero no han desplazado a la escritura en la plasmación del pensamiento científico.
No obstante, si volvemos al concepto del pensamiento computacional, se trata de un nivel de abstracción diferente, e incluso múltiples niveles de complejidad. Este es el nuevo umbral a superar. Entonces, la brecha entre educación y tecnología ya no se reduce a la adquisición de tablets y llenarlos de PDFs y vídeos de Youtube, sino que todos los conocimientos deberían producirse en la lógica computacional.
Eso implica que los productos para ser evaluados que generen los estudiantes tienen que ser susceptibles de ser asumidos por sistemas de procesamiento de datos, lo cual de alguna manera ya se está logrando. Pero lo más difícil es lograr que los estudiantes puedan interpretar y luego producir información en el lenguaje computacional.
Si no se da los primeros pasos en esa dirección, la presente generación quedará a merced de los países que sí están a la cabeza de las carreras de bioinformática, biotecnología, inteligencia artificial, etc.
Sin embargo, el riesgo es que en nuestro caso se cumpla la sentencia de Oscar Wilde: “Se han puesto a enseñar precisamente los que son incapaces de aprender”.